Él la miraba asustado, con los ojos muy abiertos,
clavados la katana que llevaba en la mano. Alice se acercó a la cama. ¿Tenía
que despertarse ahora? Qué oportuno.
-David…
Pero él se echó hacia atrás.
-No te acerques, no me toques. ¿Qu- qué demonios haces
aquí con eso? – Dijo señalando la espada que Alice empuñaba.
Ella se agachó y la dejó en el suelo.
-No es lo que parece, de verdad – Dijo suplicante – Un
ninja quería matarte, yo sólo…
-¿Un ninja? Alice… creo que deberías ir a un médico ¿No
te das cuenta de que esto ya es peligroso?
Las lágrimas comenzaron a emborronar la visión de
Alice.
-Es verdad, ayer terminé el… - Dijo ella, con voz
temblorosa – No importa, no vas a creerme de todos modos… no confías en mí
¿Verdad?
-Sí, confío en ti, pero…
-¡No lo haces! Te estoy diciendo que todo esto es real,
pero no me crees… ¡nunca me creerás! Pero no te preocupes, esta será la última
vez que me ves. Me iré para siempre, desapareceré de este mundo, siempre he
sobrado en él. Realmente nadie me ha querido aquí… ni siquiera mis padres.
-Alice…
- Por fin os dejaré tranquilos a todos, nadie tendrá
que volver a preocuparse por esta niña loca. Me voy a Iriashi, mi mundo. Y no
te preocupes, cuando llegue, buscaré la copia del cuaderno y sellaré la entrada
a este mundo para que nadie pueda volver para hacerte daño… sin más que decir,
me voy. Imaginad que nunca he existido. Adiós.
Dicho esto, cogió la espada del suelo, se la colgó del
cinturón y se encaminó hacia la ventana. Antes de salir, volvió a mirar a David
con los ojos llorosos y luego desapareció por allí, dejándole de pie,
desconcertado y sin saber qué pensar. Ni siquiera cogió su bicicleta, tenía
ganas de correr, correr lejos y no detenerse nunca.
David se asomó a la ventana y la vio alejarse por la
calle. Parecía tan segura de lo que estaba diciendo… Pero, no era posible
¿Verdad? Se volvió y paseó la vista por su habitación, sin saber realmente si
quería encontrar algún indicio de que lo que decía Alice tuviera algo de cierto
o no, sin poder creerse que estuviera dudando de la veracidad de la extraña
situación. Unas gotas rojas en el suelo llamaron su atención. Se agachó, sin
atreverse a tocarlas. Parecía… ¿Sangre? Mientras las observaba, vio con estupefacción
cómo se volvía tinta y luego desaparecía sin dejar rastro.
-¿¡Pero qué…!?
Las palabras de aquel hombre raro que encontró en la
plaza resonaron en su cabeza: “Que no hayas visto algo, no quiere decir que no
exista”, “hay pocas cosas imposibles en este mundo”, “confía”. ¿Y si lo que
Alice decía era cierto? Era una locura, pero…
Se levantó y cogió una chaqueta negra del perchero, se
la colocó encima del pijama y luego salió de la casa, con cuidado de no
despertar a sus padres. Una vez en la calle, echó a correr como nunca lo había
hecho. No sabía que era capaz de correr tan rápido. Cuando algo te importa de
verdad, sacas fuerzas de donde sea.
Sólo se dio cuenta de lo cansado que estaba cuando
llegó a la gran casa de Alice. Golpeó varias veces la puerta llamándola, pero
nadie abrió. Se veía luz dentro, tenía que estar allí. Miró hacia arriba. Alice
había entrado en su casa por la ventana, ¿por qué él no?
Era más fácil escalar por la fachada de esa casa.
Estaba hecha de piedra antigua y tenía muchas muescas en la roca. Llegó hasta
la ventana del cuarto de Alice, que estaba abierta y entró, pero la puerta que
daba a la biblioteca estaba cerrada. Volvió a salir y escaló hasta otra ventana
del segundo piso, no le importó romperla; total, según decía Alice, no volvería
a ver más aquella ventana. La habitación en la que entró le resultó familiar,
allí fue donde encontró a aquella gata, Yuki, la actual mascota de Alice.
Mientras tanto, Alice, en la biblioteca, abrió una
ventana.
-Yuki - dijo, mirando a la gata, que estaba sentada
sobre el piano –Puedes venir o quedarte, te dejaré abierta la ventana para que
entres y salgas cuando quieras.
Luego tuvo que cortar con la espada la cuerda que
mantenía la puerta de su cuarto cerrada para poder llegar hasta el cuaderno.
Colocó la mano derecha sobre el símbolo de la portada, cerró los ojos y
pronunció en voz alta unas palabras en un idioma desconocido. Poco después, la
runa comenzó a brillar y el cuaderno se abrió solo, como si un fuerte viento
pasara las hojas. Alice se olvidó de todo mientras presenciaba la escena
maravillada. El cuaderno quedó abierto por la página en la que había dibujado
un arco precioso, Alice alargó la mano y la página pareció transformarse en
líquido. Era igual que aquel sueño que tuvo un día en el mirador.
Cuando David entró en la habitación, una fuerte luz
inundaba toda la estancia, sólo pudo ver la silueta de Alice desdibujándose
poco a poco.
-¡¡¡Alice!!! – Gritó.
Ella pareció volverse, unos segundos antes de
desaparecer por completo. David se abalanzó sobre ella, con los brazos
abiertos, pero abrazó al aire. Cuando se dio cuenta, ya no había luz ni rastro
de Alice. Frente a él, sólo estaba la ventana, el escritorio y el cuaderno
abierto. Lo último que vio de ella fueron sus grandes ojos de color verde
azulado, sorprendidos al verle allí.
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