Al día siguiente, como había dicho ella, Judith no fue a clase. La relación de David
con Alice había mejorado algo. Al llegar a clase, Alice había saludado a David
con un <<Buenos días>>. El resto del día fue aburrido. En el
recreo, Judith no estaba para charlar con él y Alice no aparecía por ninguna
parte; como estaba nublado y empezaba a hacer frío, David decidió quedarse en
la biblioteca leyendo algún libro.
Al salir del instituto, pasó por el mirador. No había
nadie allí, pero se quedó un rato mirando las montañas cubiertas de nubes en la
cima y respirando el aire húmedo con olor a tierra mojada. Cerró los ojos un
rato mientras sentía el viento acariciándole la cara y despeinando su pelo
oscuro. Se hubiera quedado así horas y horas… pero no era la mejor idea.
Después de comer, fue a casa de Alice. No había quedado
con ella en ninguna hora exacta, así que esperó a las cinco.
Hacía mucho tiempo que no subía aquella calle, la que
llevaba a la “Casa Encantada”, como la solían llamar cuando eran pequeños. David
tenía la vista fija en la casa mientras caminaba y recordaba aquellos años,
cuando él tenía algunos amigos y jugaban a llamar al timbre de la casa y salir
corriendo, creyendo que un fantasma vendría tras ellos.
Se subió un poco la cremallera de la cazadora, al mismo
tiempo que cruzaba la puerta de hierro forjado del jardín, que estaba abierta. En
medio de la hierba que cubría el suelo, había una fuente de piedra con la
estatua de un unicornio que le llamó la atención. A su alrededor era todo
verde, casi todo el jardín estaba cubierto de enredaderas, también los pilares del
porche y parte de la fachada de la gran casa gris, que se alzaba imponente ante
David con sus gárgolas de piedra y cornisas talladas, que le recordaba a las
típicas casas de las películas de miedo. Siguió andando hasta la puerta
principal, también de madera tallada con diferentes formas que se retorcían
unas sobre otras. Llamó al timbre. Unos años antes, habría salido corriendo
calle abajo, pero ahora iba a entrar a aquella casa lo que, de alguna manera,
le resultaba emocionante.
Esperó un poco y al rato, Alice abrió la puerta.
Llevaba la misma ropa con la que había ido al instituto esa mañana, un vestido
negro que parecía antiguo, aunque era demasiado corto para serlo; el pelo lo
llevaba recogido en un moño y se había hecho tirabuzones en la parte de
delante.
Al ver a David, Alice sonrió. Él no recordaba haberla
visto sonreír antes; así, su cara parecía más tierna.
-Bienvenido – Dijo ella abriendo más la puerta y
apartándose – Pasa.
David entró… y se quedó maravillado. El portal de la
casa era enorme; en el centro había otra fuente como la del jardín, ésta vez de
cristal. Las paredes estaban revestidas de madera oscura con curiosas formas y
adornos. El suelo, también de madera, era brillante, nada parecido a lo que
David había imaginado. Unas escaleras de caracol se elevaban, enroscándose por
las paredes de la casa, donde había colgadas lámparas repletas de pequeñas
perlas de cristal que desprendían reflejos de colores.
David se acercó a la fuente del unicornio de cristal y
descubrió que estaba llena de pequeños peces de colores brillantes, seguramente
gupis, que nadaban de un lado a otro. También se fijó en el destello de luz que
parecía emitir el cuerno del unicornio, provocado por un rayo de luz que incidía
desde arriba. Levantó la cabeza. El techo era altísimo, desde allí se podían
ver los tres pisos de la casa, repletos de puertas, que seguramente escondían
habitaciones tan bonitas como el resto de la casa. Arriba del todo, en el
techo, había una vidriera de colores, con el dibujo de un dragón.
- Genial – Fue todo lo que pudo decir David, despacio,
muy asombrado.
- ¿Te gusta mi casa? – Preguntó Alice desde la puerta,
que aún estaba abierta por donde entraba un aire frío, con olor a lluvia.
-Es impresionante, ¡Parece de sacada de una película! –
Exclamó David volviéndose hacia ella con expresión de asombro en la cara.
En ese momento, arriba se oyó un golpe, como de algo
que se cae, al mismo tiempo que Alice cerraba la puerta de la calle.
-¿Qué ha sido eso? – Preguntó David - ¿Hay alguien más
aquí?
-No, estamos solos – Contestó Alice, muy tranquila.
- He oído algo, allí arriba – David señaló hacia la
segunda planta.
- Acabo de cerrar la puerta, habrá sido el eco – Alice
se acercó a él con una sonrisa divertida– O quizás tu imaginación, puede que
aún creas que esta casa está encantada… y ojalá lo estuviera, así me sacaría un
poco de mi aburrimiento.
David no dijo nada, tuvo que admitir para sí mismo que
quizás se había asustado un poco, inconscientemente.
-Bueno, ¿Qué hacemos? – Preguntó Alice - ¿Quieres un
poco de té?
- ¿Té? – Preguntó David, no tenía costumbre de beber té
y le extrañó la pregunta pero luego recordó que Alice era inglesa – Oh, vale.
- Pues voy a prepararlo, espérame en la biblioteca, si
quieres, es donde yo suelo tomar el té… es esa puerta de allí – Y señaló hacia
una puerta grande que había a la izquierda de la entrada mientras caminaba
hacia otra puerta más pequeña que había un poco más al fondo, seguramente la
cocina – Ah, y deja la chaqueta en la percha.
Cuando Alice desapareció por la puerta de la cocina,
David colgó la cazadora en una percha de madera que había junto a la entrada y se
dirigió hacia la biblioteca. Antes de poner la mano en el pomo de la puerta,
volvió a oírse otro ruido arriba. Él se sobresaltó.
<< Seguro que Alice se ha dejado alguna ventana
abierta, hoy hace viento >> Pensó y abrió la puerta.
Había esperado encontrar una habitación llena de
estanterías con libros, pero sólo había un pasillo oscuro. Buscó la llave de la
luz y se encendieron unas lámparas de cristal en forma de mariposa azul que colgaban
a ambos lados de la pared. Al final del pasillo había otra puerta grande
adornada con cortinas azules. Fue hacia allí, la abrió… y volvió a
sorprenderse.
Tras aquella puerta había una habitación grande, muy
grande, exagerada. No había un hueco de pared libre, todo eran estanterías de
madera repletas de libros de todo tipo, tan altas que incluso había escaleras
móviles en algunas de ellas. Del techo alto, abovedado y tallado de adornos,
colgaba otra lámpara con forma de mariposa, esta vez mucho más grande que las
del pasillo, del mismo color azul que la alfombra que cubría todo el suelo y
las cortinas que escondían un enorme ventanal, al fondo de la estancia. Bajo el
ventanal había un sofá y un sillón de terciopelo color turquesa y diseño
victoriano, colocados alrededor de una pequeña mesita del mismo tipo.
David caminó hacia allí y descorrió las cortinas con
cuidado, descubriendo el hermoso paisaje que se veía desde allí. Como la casa
estaba en la parte más alta del pueblo, desde allí se podía ver todo: el pueblo
debajo, el mirador que solía frecuentar David, el río, las montañas verdes al
fondo… Se quedó un rato sentado en el sillón mirando el ventanal, después,
descubrió una pequeña puerta entre dos estanterías y la curiosidad pudo con él.
Entró y encontró una habitación no muy grande, con
forma hexagonal; a la izquierda había una cama de sábanas azules, se notaba que
a Alice le gustaba ese color; encima de
ella colgaba una mosquitera de tela translúcida que la envolvía. Cerca de la
cama, colgadas en la pared, había dos espadas cruzadas ¿Serían de verdad? A
David siempre le habían gustado las espadas. Se acercó y descubrió que eran muy
diferentes; una de ellas era una katana, con su hoja fina y curva y la otra era
un mandoble, pesada y con la hoja ancha. Alucinante. Se quedó observándolas un
momento y luego se dio la vuelta.
Frente a la cama, había una estantería, pero no estaba
llena de libros sino de objetos curiosos, un pequeño reloj de arena plateada de
aspecto misterioso, figurillas de dragones, un suriken brillante, una botellita
de cristal llena de estrellas… había
también una parte dedicada a peluches y pequeñas figuras de personajes de anime…
David había encontrado otro pequeño pasatiempo de Alice.
Al fondo, bajo otro ventanal con las mismas vistas que
el de la biblioteca, había un escritorio con un ordenador portátil encima, que
desentonaba claramente con la decoración de la casa; si no hubiese sido por eso
y por las figuritas manga de Alice, David habría olvidado que estaba en el
siglo XXI.
Oyó un golpe fuera y decidió salir, puede que a Alice
le molestara que él estuviera husmeando en su cuarto; normalmente David no
solía hacer eso pero estando en esa casa le daban ganas de hacer una expedición
de exploración por toda ella.
Cerró la puerta de la habitación al mismo tiempo que
Alice entraba a la biblioteca sosteniendo una bandeja plateada sobre la que
descansaban dos tazas, una tetera y un azucarero. No se percató de que David
estaba en la puerta de su cuarto, o si lo vio, decidió hacer la vista gorda.
-¿He tardado mucho? – preguntó.
- No, no.
Alice dejó con cuidado la bandeja sobre la mesita que
había bajo el ventanal, se sentó en el sillón y comenzó a preparar su té. David
fue hacia allí y se sentó también en el sofá, como no sabía cómo preparar el té,
imitó a Alice.
-Esta biblioteca es enorme – Comentó David.
-Es mi habitación favorita, aquí paso leyendo la mayor
parte del tiempo – Dijo Alice, paseando la vista por toda la estancia, por
todos sus libros.
Se quedaron un rato en silencio, mirando alrededor.
-Oye… - Dijo David rompiendo el silencio - ¿No has
pensado nunca en escribir tu propio libro?, ¿En crear tu propio mundo?
Alice, al oír eso, se quedó mirándolo con los ojos muy
abiertos, parecía sorprendida. David sé preguntó por qué se había sobresaltado
de aquella manera.
-¿He dicho algo malo? – Preguntó él preocupado.
-No, no… es sólo que… tú…. Yo no creía que… ¿De verdad piensas
eso?, ¿Crees que sería buena idea? ¿Tú también crees que sería posible hacer
eso? – Dijo Alice nerviosa.
- Eh… claro ¿No? – David estaba un poco desconcertado
por la respuesta de Alice.
-¡¡¡Claro que sí!!! ¡Eso es genial! ¡Gracias! Llevo
mucho tiempo dándole vueltas a eso, pensando si sería posible hacerlo, pero
nunca me he creído capaz. Ahora, si tú también crees que es posible hacerlo…
¡Lo voy a hacer! ¡Lo voy a conseguir! ¡Y pienso empezar mañana mismo! – Exclamó
ella dando un salto del sillón, repentinamente contenta.
David no sabía qué decir ¿De verdad era para ponerse
así? Qué personalidad más extraña tenía esa chica.
Alice se volvió a sentar, terminó su té y preguntó.
-¿Hacemos algo?
- Vale, ¿Qué?
-Mmmm… ¿Te apetece nadar?
- ¿Nadar? ¿Ahora? ¿En una piscina?
Alice asintió sonriendo.
-Pero ¿Qué dices? – David cada vez se sentía más
perdido, Alice decía unas cosas tan raras. Era muy impredecible y no sabía por
donde cogerla.
-¿Por qué no? – Preguntó ella, parecía una niña
pequeña.
-Hace frío.
-Tengo piscina climatizada.
-¿¡Eh!? Podrías haberlo dicho antes, ya me estaba
imaginando congelado dando vueltas en el agua fría… aún así, no tengo bañador
ni nada.
-Da igual, yo tengo de todo – Alice se levantó y agarró
a David de la mano conduciéndolo fuera de la biblioteca.
Antes de que él se diera cuenta, ya estaba nadando con
Alice en una gran piscina de agua tibia y cristalina que había dentro del
invernadero de la casa. Llevaba puesto un bañador que ella le había prestado (a
saber de dónde lo había sacado). Los dos estuvieron jugando en el agua el resto
de la tarde hasta que David se dio cuenta de que era muy tarde y estaba
empezando a anochecer.
-¡Ay, qué tarde! Tengo que irme ya.
-¿Ya? – Preguntó Alice saliendo del agua detrás de
David con cara de decepción.
-¿Te parece poco? – David había cogido una toalla que
había en un banco blanco y estaba secándose rápidamente.
Ella se quedó callada con la misma expresión mientras
lo miraba desde el borde de la piscina.
-¿Dónde puedo cambiarme? – Preguntó David de nuevo.
-En cualquier habitación, si quieres, puedes subir al
piso de arriba.
Él cogió su ropa y salió andando apresuradamente por la
puerta del invernadero. Lo malo era que, para llegar hasta la casa, había que
cruzar un jardín exterior y hacía frío. David cruzó corriendo.
En el interior de la casa reinaba un silencio casi
total, los pasos de David sobre el suelo de madera resonaban por toda ella.
Encontró el cuarto de baño y se cambió de ropa. Salía aún pasándose la toalla
por el pelo mojado cuando volvió a oírse un ruido arriba, un ruido como si algo
arañase una puerta. Él se asustó un poco, pero no quería admitirlo de nuevo,
así que, con cara de fastidio, dejó la toalla colgada en el pomo de la puerta
del baño y fue a subir las escaleras (Alice le había dado permiso…). Cada vez
se oía más fuerte; mientras subía, le venían recuerdos a la cabeza de las
historias sobre fantasmas que contaban de pequeños.
<<Ridículo, a mi edad y todavía pensando en
eso>> Se decía a sí mismo.
La planta de arriba era redonda y estaba llena de
puertas. En el centro había una parte sin suelo, rodeada por una baranda desde
donde se veía el piso inferior. David no pudo pararse a contemplar, el ruido
seguía sonando tras una de las puertas. Fue hacia allí y puso la mano sobre el
pomo, sentía que el corazón se le aceleraba ¿Realmente estaba asustado? Molesto
consigo mismo, abrió la puerta de par en par con un movimiento veloz…
Antes de poder ver nada, algo saltó sobre él. Dio un
traspié y cayó de espaldas al suelo, tenía los ojos cerrados porque lo que
fuera, le estaba arañando la cara dolorosamente. Gritó mientras daba manotazos intentando
quitárselo de encima, sin conseguirlo por culpa de la desesperación. Al fin,
pudo agarrar algo peludo con la mano y lo separó de su cara, pesaba muy
poco. Abrió los ojos y descubrió que lo que
tenía en la mano era un gato blanco. Lo tenía agarrado del lomo, lo más alejado
posible de su cara y el gato se retorcía con las uñas y los colmillos fuera y
las orejas hacia atrás, preparado para volver a lanzarse al ataque.
-¡David! ¿Ha pasado algo? – Alice subía las escaleras
rápidamente - ¿Por qué has…? ¡Aaay! ¡Un gatito! – Se detuvo un momento a
observarlos y luego se acercó corriendo con agradable sorpresa.
Se arrodilló al lado de David, que seguía en el suelo y
fue a coger al gato, éste intentó arañarle pero pareció no importarle.
-Ten cuidado, está enfadado, te va a arañar – Dijo
David preocupado.
-No pasa nada – Dijo ella, cogiéndolo cuidadosamente
con ambas manos. Sin siquiera intentar evitar los arañazos y mordiscos, lo
acunó en su regazo y poco a poco se fue calmando – ¡Si es monísimo! – Miró a
David y abrió los ojos sorprendida - ¿Y a ti qué te ha pasado?
- ¿Ahora te das cuenta? Este “monísimo” gatito se ha
tirado a mí cuando he abierto la puerta – Miró hacia el interior de la
habitación donde había una cama grande, varios muebles antiguos y una ventana
abierta – Seguramente habrá entrado por la ventana, porque no parce que sea
tuyo ¿No?
-No… pobrecito, lo habrás asustado – Alice rió – Y
verás cuando te mires al espejo.
David se levantó y fue rápidamente al baño del piso de
abajo.
-Perfecto – Fue lo único que dijo con tono aburrido
cuando se acercó al espejo.
Tenía arañazos por toda la cara y uno grande que le
cruzaba toda la mejilla derecha, sangraba un poco. Seguro que tenía que
pasearse varias semanas por ahí con la cara hecha un asco.
Alice se asomó a la puerta con el gato aún en los
brazos.
-¿Te desinfecto un poco la herida? A ver si encuentro
el botiquín…
-No hace falta, ya lo hago en mi casa, ahora sí que es
tarde – Dijo él mirando su reloj y saliendo del baño – Me voy pero ya.
Fue hacia la entrada, cogiendo primero su cazadora de
la percha, se subió la cremallera y abrió la puerta, el aire frío de la noche
entró por ella.
-Pues adiós – Dijo Alice.
- Hasta mañana – Se despidió David cerrando la puerta
tras él.
El camino hasta su casa lo hizo corriendo. Cuando
llegó, sus padres estaban algo disgustados, pero olvidaron su retraso al ver la
cara llena de arañazos de David. Él dijo que un gato le había saltado encima
cuando iba por la calle para evitar posibles críticas sobre Alice y su casa. Su
madre se empeñó en curarle los arañazos a pesar de sus negativas y al final
tuvo que aguantar una sesión de algodón, alcohol y escozor antes de irse a la
cama.