No tuvo ánimos para escribir en su cuaderno en todo el
fin de semana, no quería que su pesar se colara en su mundo, esperaría a que se
le pasase. En su lugar, cogió un autobús el sábado por la mañana y se fue a
pasear a la ciudad más cercana. Mirando escaparates y comiendo helado,
consiguió olvidarse por unas horas del tema que le molestaba, el repentino amor
entre Judith y David, del que ella no había sabido nada hasta la noche
anterior.
La situación no fue mejor durante la semana. En el
instituto, los dos pasaban el recreo cogidos de la mano o hablando entre ellos
todo el rato. Alice nunca había visto a David tan cariñoso, aquella relación lo
estaba cambiando de algún modo.
Si antes se sentía un poco apartada, ahora esa
sensación había crecido mucho más. Cuando estaban juntos, ellos intentaban
prestarle atención a Alice, pero se notaba que era por educación, para que no
se sintiera aislada. Finalmente, ella optó por quedarse en la biblioteca del
instituto durante el recreo, así conseguía evadirse y pensar un rato sobre qué
le faltaba a su mundo, algo a lo que nunca encontraba respuesta.
Para Alice, estar sola nunca había sido un problema, es
más, prefería apartarse de la gente, se sentía más tranquila sin nadie
alrededor, pero ahora se daba cuenta de que, después de haber conocido a David
y a Judith, eso había cambiado. Por primera vez sentía la soledad como algo
aburrido, agobiante… y triste.
Faltaba una semana para los exámenes finales, algo que
a Alice le traía sin cuidado. Ese día, iba caminando sola hacia su casa después
del instituto. Iba despacio, mirando al suelo, sin pensar en nada. Su mirada
topó con algo reluciente que había en el suelo. Alice se detuvo y lo miró con
detenimiento. Era una moneda dorada. La cogió y la sostuvo entre sus dedos,
observándola. Nunca había visto una moneda así, pero le sonaba de algo, no
sabía de qué. Tenía un enrevesado dibujo en una cara y una estrella en la otra.
Se guardó la moneda en el bolsillo, dispuesta a seguir
su camino, pero se dio cuenta de que estaba parada delante de una cafetería, su
cafetería preferida donde hacían los dulces más ricos de todo el pueblo.
Incluso desde fuera se podía percibir el dulce olor a azúcar y café. Una
sonrisita iluminó la cara de Alice. Tenía hambre y, aunque eran las dos de la
tarde, eso no era ningún problema para ella. Caminó hacia la puerta y entró. Hacía
tiempo que no pasaba por allí, pero dentro seguía reinando el mismo ambiente de
siempre, cálido, dulce y acogedor. No había casi nadie, tan solo una pareja de jóvenes
y un chico rubio de aspecto sereno que tomaba café en un rincón. Un camarero
que había en la barra vio a Alice plantada en la puerta y la saludó.
-¡Eh, Alice! ¡Cuánto tiempo! ¿No? Ya te echábamos de
menos.
Ella se acercó a la barra.
-Hola – Saludó, intentando sonreír un poco – No he
tenido mucho tiempo últimamente.
-¿Qué vas a tomar?
Alice miró al mostrador, lleno de pasteles de todo
tipo. Tras pensarlo un poco señaló hacia un trozo de pastel de chocolate.
-Ése, tiene muy buena pinta.
-Ahora mismo, señorita – El camarero lo sacó y se lo
sirvió en un pequeño plato – Aquí tienes – Luego alguien lo llamó y se marchó
de prisa - ¡Que aproveche! – Dijo desapareciendo por una puerta tras el
mostrador.
Alice puso toda su atención durante un rato en saborear
el delicioso pastel hasta que recogió con la cuchara la última miga de bizcocho
del plato. Sin ganas de volver todavía a su casa, apoyó la cabeza en la mano y
se quedó mirando las botellas de colores que había en una estantería detrás de
la barra. Se le pasó por la cabeza la idea de sacar su cuaderno y seguir
completando su mundo, pero en ese momento no tenía ganas de hacerlo. Miró hacia
la pareja de jóvenes que había en una mesa cercana; se estaban besando
cariñosamente en ese momento, parecían disfrutarlo bastante.
Alice puso cara de fastidio y desvió la mirada.
<<Cuando algo sale mal, parece que todas las
cosas del mundo se ponen de acuerdo para que sea peor aún>> Pensó.
Alguien interrumpió las “reflexiones” de Alice, un
chico se sentó a su lado.
-Hola, chica ¿Qué te ocurre? – Dijo él sonriendo
amablemente.
Alice se sobresaltó y lo miró de reojo. Era el chico
rubio que estaba sentado en un rincón de la cafetería cuando entró. Llevaba una
fina camisa blanca y unos pantalones del mismo color, tendría unos veinte años.
La estaba mirando con unos simpáticos ojos azules.
-¿Por qué debería decírtelo? – Dijo ella, sin intentar
ocultar su mezcla de tristeza, soledad y mal humor.
- No pareces muy contenta – Dijo el chico sin dejar de
sonreír – No me gusta ver a las damas con esa cara. Puedo intentar ayudarte.
Alice no dijo nada.
-¿Son problemas con el amor? Suele ser bastante
fastidioso a veces– Insistió él, dando en el clavo.
Alice lo miró con sus grandes ojos turquesa, ese chico
tenía algo raro.
-No puedes hacer nada con eso – Dijo, dando a entender
que él había acertado.
- Tienes razón, esos problemas son complicados… las
cosas no son tan fáciles como las pintan ¿Verdad?
-Ni tan bonitas – Añadió ella desanimada– Aunque no
importa – De repente cambió de actitud - acabo de llegar a la conclusión de que
no tengo que dejarme afectar por eso, es algo inútil y puedo vivir perfectamente
sin ese irracional sentimiento.
El chico hizo un gesto negativo con la cabeza, aunque
la sonrisa no se borró de su cara.
-No te equivoques. Aunque parezca que el amor no hace
más que dar quebraderos de cabeza, no es algo inútil. Créeme, sirve para algo
más que eso. Es algo misterioso, a veces parece bueno, otras veces malo… todo
es relativo dependiendo del punto de vista en que se mire, pero aporta una
chispa; las relaciones carecerían de sentido sin ello, el mundo sería insulso y
aburrido – Ésta vez sí dejó de sonreír,
aunque su expresión seguía siendo amable-Alice, si yo creara mi propio mundo,
ni siquiera consideraría la posibilidad de excluirlo de él.
Alice se sorprendió ¿La había llamado por su nombre?...
¿Su… mundo? No, era imposible que lo supiera… ¿O sí? Quizás sólo había sido un
ejemplo.
<<En cualquier caso, esta vez no me pasará lo
mismo que aquella vez con David, cuando di por supuesto que él hablaba de eso y
al final me tomó por loca. Solemos creer que las cosas que pasan por nuestra
cabeza también las piensan los demás, pero no es así>>.
El muchacho se miró el reloj y volvió a sonreír.
-Bueno, creo que ya es hora de irme, ha sido un placer
conocerte – Se levantó del taburete y se despidió inclinando la cabeza.
-Adiós – Fue lo único que dijo Alice.
Él se dirigió a la puerta y la abrió. Antes de salir se
volvió y le guiñó un ojo a Alice, luego se marchó cerrando la puerta tras él.
Alice se quedó un rato dándole vueltas a lo que había
dicho aquel muchacho, luego pagó la cuenta y se fue, no sin antes despedirse
del simpático camarero.
En lugar de ir hacia su casa, se dirigió al mirador;
allí había un buen ambiente para pensar. Casi había llegado cuando se cruzó con
David. Llevaba colgada la mochila del instituto.
-Hola – Saludó Alice.
-Hola – Dijo
David, parecía sentirse comprometido al haberla encontrado – Voy a
estudiar con Judith… ¿Quieres venir?
-No – Contestó Alice sin siquiera pensarlo – Tengo
cosas que hacer – Le enseñó su cuaderno.
David parecía molesto al verlo.
-Alice… ¿Todavía sigues con eso? Si te digo la verdad,
me preocupas.
-Sigo, y seguiré con esto. Cuando lo consiga, te lo
enseñaré y te darás cuenta de que puedes confiar en mí más de lo que lo haces,
te darás cuenta de que hay algo más allá de eso que los humanos llamamos
“realidad”. Hasta pronto.
Sin nada más que decir, Alice se alejó en dirección al
mirador con aire triunfante.
-Adiós – Dijo David no muy convencido, sabiendo que
Alice ya no lo oía, luego, siguió su camino.
Al pasar por la solitaria plaza del pueblo, algo llamó
la atención de David. Cerca del antiguo edificio de piedra gris del
ayuntamiento había una pequeña carpa de tela azul. No la había visto nunca
antes; seguramente la habían puesto para la feria, faltaban sólo unas semanas.
Se quedó mirándola. Sabía que no debía pararse, llegaría tarde a casa de
Judith, pero había algo que le hacía sentirse atraído hacia ella y sin poderlo
evitar se acercó. La entrada estaba cerrada con cortinas, pero entre ellas
había una pequeña abertura; el interior estaba oscuro. David no supo si fue por
la gran curiosidad que sintió repentinamente o porque alguien lo había empujado
dentro, pero antes de darse cuenta, ya había traspasado las cortinas y se
encontraba dentro de la oscura tienda. Sólo dos velas azules sobre una pequeña
mesa cubierta con una tela blanca iluminaban la estancia. Cuando sus ojos se
acostumbraron a la penumbra, David pudo distinguir una bola de cristal sobre la
mesa y tras ella, una persona ataviada con un abrigo blanco, el gorro le cubría
hasta los ojos. Parecía una vidente de esas que aparecen en las películas.
-Hola – Dijo el individuo, levantando la cabeza y
mirando directamente a David con unos luminosos ojos azules.
Él se sobresaltó. Se había imaginado a una anciana
arrugada, con largos pendientes, muchas joyas y las manos llenas de anillos,
pero en su lugar había un muchacho joven y sonriente de aspecto amable.
-Ho-hola – dijo David un poco cortado ¿Qué demonios
estaba haciendo allí?
-Siéntate, por favor – Dijo el muchacho señalando un
cojín que había en el suelo delante de David. En su mano llevaba un único
anillo plateado con un reluciente cristal azul.
Éste obedeció y se sentó con las piernas cruzadas en el
cojín.
-Y bien, si estás aquí será porque tienes alguna duda o
preocupación que nadie te puede resolver, ¿me equivoco?
- Yo… no sé – Dijo David, realmente no sabía por qué
estaba allí.
-No habrías entrado si no tuvieras algo que
preguntarme.
David pensó en disculparse y salir corriendo, pero se acordó
de su conversación con Alice. Nunca había creído en esas cosas, pero por
probar…
-Bueno… puede que parezca una tontería pero hay algo
que me preocupa.
-Adelante, cuéntamelo.
- Tengo una amiga… me cae muy bien y todo, pero a veces
dice cosas extrañas… siempre lleva un cuaderno, dice que es su mundo, que va a
conseguir abrir un portal hacia él mediante una runa y va a entrar en él… está
dejando los estudios y todo sólo por eso. No es bueno que confunda la realidad
con la fantasía de esa manera… ¿Sabes cómo puedo ayudarla?
El chico se quedó mirando a David mientras sonreía.
-¿Por qué descartas que lo que ella dice sea verdad?
-¿Verdad? ¡Es imposible! Sólo hace falta un poco de
sentido común para darse cuenta de que no se puede entrar en un libro, una
historia escrita con tinta no puede hacerse realidad, sólo son palabras en una
hoja, no hay más que eso. Somos nosotros los que le damos sentido a las frases
en nuestra cabeza, ellas por sí solas no pueden… formar un mundo… todo es
imposible.
-Estás hablando de un simple libro, pero… ¿Qué me dices
de la runa?
-¿Runa? Eso es… no tiene sentido, es imposible.
-Imposible.
No dejas de repetir esa palabra. ¿Sabes? Hay pocas cosas imposibles en este
mundo. Que nunca hayas visto algo no quiere decir que no exista.
<<Creo que he encontrado a otro chalado>>
Dijo David para sí; estaba empezando a enfadarse, le daba la sensación de que
se estaba quedando con él.
-Me lo dice un tío con una bola de cristal delante,
dentro de una tienda de feria que sólo sirve para engañar a la gente y quedarse
con su dinero. Por cierto, ¿Cuánto me vas a cobrar por esto?
El chico parecía divertirse mucho con lo que David
acababa de decir.
-Vaya, vaya… te doy un consejo: Antes de comprar o
hacer algo, pregunta cuánto cuesta ¿Y si ahora te dijera que mis servicios
cuestan un pastón? No es algo que puedas devolver– Rió – Por suerte para ti,
esto es gratis; no estoy aquí por la feria, ah, y la bola… sólo es para dar el
pego.
- Me voy – Dijo David levantándose y apartando las
cortinas.
- David – Dijo el chico antes de que él saliera.
David se volvió, lo había llamado por su nombre ¿Cómo…?
– Confía – Le
dijo.
Luego,
salió dejando que las cortinas se cerraran tras él. Fuera, la luz hizo que
tuviera que cerrar los ojos unos segundos, luego miró hacia la tienda. Todo
había sido tan raro… parecía como si hubiera estado en un sueño extraño durante
su estancia en la tienda. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se alejó
corriendo de allí.