Ésta es la primera historia “larga” que he podido terminar, porque normalmente se quedan a medias, así que esto ya es un logro para mí -^.^-

Antes de empezar, me gustaría avisar de que No es una historia realista :P no concibo una historia sin fantasía! (Para realidad, ya tengo mi vida :3 creo que una historia sirve para evadirse, vivir aventuras que no puedes vivir en la vida real).

En nada se parece a las grandes historias que tanto me gustan, es sólo un intento de imitación, pero he hecho lo que he podido, quizás pueda mejorarla más adelante…

Me hubiera gustado crear un cómic o algo así, pero no me he atrevido (Sobre todo porque así había más posibilidades de que se quedara a medias), por eso le iré añadiendo dibujos. Así es como yo me he imaginado a los personajes y los lugares, pero cada uno es libre darle el aspecto que quiera, claro.

En fin, espero que os guste (dentro de lo que cabe... jeje)

Adelante! -^.^-

sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo 3. "¿No te gustaría crear tu propio mundo?"



Al día siguiente, como había dicho ella,  Judith no fue a clase. La relación de David con Alice había mejorado algo. Al llegar a clase, Alice había saludado a David con un <<Buenos días>>. El resto del día fue aburrido. En el recreo, Judith no estaba para charlar con él y Alice no aparecía por ninguna parte; como estaba nublado y empezaba a hacer frío, David decidió quedarse en la biblioteca leyendo algún libro.

Al salir del instituto, pasó por el mirador. No había nadie allí, pero se quedó un rato mirando las montañas cubiertas de nubes en la cima y respirando el aire húmedo con olor a tierra mojada. Cerró los ojos un rato mientras sentía el viento acariciándole la cara y despeinando su pelo oscuro. Se hubiera quedado así horas y horas… pero no era la mejor idea.

Después de comer, fue a casa de Alice. No había quedado con ella en ninguna hora exacta, así que esperó a las cinco.

Hacía mucho tiempo que no subía aquella calle, la que llevaba a la “Casa Encantada”, como la solían llamar cuando eran pequeños. David tenía la vista fija en la casa mientras caminaba y recordaba aquellos años, cuando él tenía algunos amigos y jugaban a llamar al timbre de la casa y salir corriendo, creyendo que un fantasma vendría tras ellos.



Se subió un poco la cremallera de la cazadora, al mismo tiempo que cruzaba la puerta de hierro forjado del jardín, que estaba abierta. En medio de la hierba que cubría el suelo, había una fuente de piedra con la estatua de un unicornio que le llamó la atención. A su alrededor era todo verde, casi todo el jardín estaba cubierto de enredaderas, también los pilares del porche y parte de la fachada de la gran casa gris, que se alzaba imponente ante David con sus gárgolas de piedra y cornisas talladas, que le recordaba a las típicas casas de las películas de miedo. Siguió andando hasta la puerta principal, también de madera tallada con diferentes formas que se retorcían unas sobre otras. Llamó al timbre. Unos años antes, habría salido corriendo calle abajo, pero ahora iba a entrar a aquella casa lo que, de alguna manera, le resultaba emocionante.

Esperó un poco y al rato, Alice abrió la puerta. Llevaba la misma ropa con la que había ido al instituto esa mañana, un vestido negro que parecía antiguo, aunque era demasiado corto para serlo; el pelo lo llevaba recogido en un moño y se había hecho tirabuzones en la parte de delante.

Al ver a David, Alice sonrió. Él no recordaba haberla visto sonreír antes; así, su cara parecía más tierna.

-Bienvenido – Dijo ella abriendo más la puerta y apartándose – Pasa.

David entró… y se quedó maravillado. El portal de la casa era enorme; en el centro había otra fuente como la del jardín, ésta vez de cristal. Las paredes estaban revestidas de madera oscura con curiosas formas y adornos. El suelo, también de madera, era brillante, nada parecido a lo que David había imaginado. Unas escaleras de caracol se elevaban, enroscándose por las paredes de la casa, donde había colgadas lámparas repletas de pequeñas perlas de cristal que desprendían reflejos de colores.

David se acercó a la fuente del unicornio de cristal y descubrió que estaba llena de pequeños peces de colores brillantes, seguramente gupis, que nadaban de un lado a otro. También se fijó en el destello de luz que parecía emitir el cuerno del unicornio, provocado por un rayo de luz que incidía desde arriba. Levantó la cabeza. El techo era altísimo, desde allí se podían ver los tres pisos de la casa, repletos de puertas, que seguramente escondían habitaciones tan bonitas como el resto de la casa. Arriba del todo, en el techo, había una vidriera de colores, con el dibujo de un dragón.

- Genial – Fue todo lo que pudo decir David, despacio, muy asombrado.

- ¿Te gusta mi casa? – Preguntó Alice desde la puerta, que aún estaba abierta por donde entraba un aire frío, con olor a lluvia.

-Es impresionante, ¡Parece de sacada de una película! – Exclamó David volviéndose hacia ella con expresión de asombro en la cara.

En ese momento, arriba se oyó un golpe, como de algo que se cae, al mismo tiempo que Alice cerraba la puerta de la calle.

-¿Qué ha sido eso? – Preguntó David - ¿Hay alguien más aquí?

-No, estamos solos – Contestó Alice, muy tranquila.

- He oído algo, allí arriba – David señaló hacia la segunda planta.

- Acabo de cerrar la puerta, habrá sido el eco – Alice se acercó a él con una sonrisa divertida– O quizás tu imaginación, puede que aún creas que esta casa está encantada… y ojalá lo estuviera, así me sacaría un poco de mi aburrimiento.

David no dijo nada, tuvo que admitir para sí mismo que quizás se había asustado un poco, inconscientemente.

-Bueno, ¿Qué hacemos? – Preguntó Alice - ¿Quieres un poco de té?

- ¿Té? – Preguntó David, no tenía costumbre de beber té y le extrañó la pregunta pero luego recordó que Alice era inglesa – Oh, vale.

- Pues voy a prepararlo, espérame en la biblioteca, si quieres, es donde yo suelo tomar el té… es esa puerta de allí – Y señaló hacia una puerta grande que había a la izquierda de la entrada mientras caminaba hacia otra puerta más pequeña que había un poco más al fondo, seguramente la cocina – Ah, y deja la chaqueta en la percha.

Cuando Alice desapareció por la puerta de la cocina, David colgó la cazadora en una percha de madera que había junto a la entrada y se dirigió hacia la biblioteca. Antes de poner la mano en el pomo de la puerta, volvió a oírse otro ruido arriba. Él se sobresaltó.

<< Seguro que Alice se ha dejado alguna ventana abierta, hoy hace viento >> Pensó y abrió la puerta.

Había esperado encontrar una habitación llena de estanterías con libros, pero sólo había un pasillo oscuro. Buscó la llave de la luz y se encendieron unas lámparas de cristal en forma de mariposa azul que colgaban a ambos lados de la pared. Al final del pasillo había otra puerta grande adornada con cortinas azules. Fue hacia allí, la abrió… y volvió a sorprenderse.

Tras aquella puerta había una habitación grande, muy grande, exagerada. No había un hueco de pared libre, todo eran estanterías de madera repletas de libros de todo tipo, tan altas que incluso había escaleras móviles en algunas de ellas. Del techo alto, abovedado y tallado de adornos, colgaba otra lámpara con forma de mariposa, esta vez mucho más grande que las del pasillo, del mismo color azul que la alfombra que cubría todo el suelo y las cortinas que escondían un enorme ventanal, al fondo de la estancia. Bajo el ventanal había un sofá y un sillón de terciopelo color turquesa y diseño victoriano, colocados alrededor de una pequeña mesita del mismo tipo.

David caminó hacia allí y descorrió las cortinas con cuidado, descubriendo el hermoso paisaje que se veía desde allí. Como la casa estaba en la parte más alta del pueblo, desde allí se podía ver todo: el pueblo debajo, el mirador que solía frecuentar David, el río, las montañas verdes al fondo… Se quedó un rato sentado en el sillón mirando el ventanal, después, descubrió una pequeña puerta entre dos estanterías y la curiosidad pudo con él.

Entró y encontró una habitación no muy grande, con forma hexagonal; a la izquierda había una cama de sábanas azules, se notaba que a Alice le gustaba ese color;  encima de ella colgaba una mosquitera de tela translúcida que la envolvía. Cerca de la cama, colgadas en la pared, había dos espadas cruzadas ¿Serían de verdad? A David siempre le habían gustado las espadas. Se acercó y descubrió que eran muy diferentes; una de ellas era una katana, con su hoja fina y curva y la otra era un mandoble, pesada y con la hoja ancha. Alucinante. Se quedó observándolas un momento y luego se dio la vuelta.

Frente a la cama, había una estantería, pero no estaba llena de libros sino de objetos curiosos, un pequeño reloj de arena plateada de aspecto misterioso, figurillas de dragones, un suriken brillante, una botellita de cristal llena de estrellas…  había también una parte dedicada a peluches y pequeñas figuras de personajes de anime… David había encontrado otro pequeño pasatiempo de Alice.

Al fondo, bajo otro ventanal con las mismas vistas que el de la biblioteca, había un escritorio con un ordenador portátil encima, que desentonaba claramente con la decoración de la casa; si no hubiese sido por eso y por las figuritas manga de Alice, David habría olvidado que estaba en el siglo XXI.

Oyó un golpe fuera y decidió salir, puede que a Alice le molestara que él estuviera husmeando en su cuarto; normalmente David no solía hacer eso pero estando en esa casa le daban ganas de hacer una expedición de exploración por toda ella.

Cerró la puerta de la habitación al mismo tiempo que Alice entraba a la biblioteca sosteniendo una bandeja plateada sobre la que descansaban dos tazas, una tetera y un azucarero. No se percató de que David estaba en la puerta de su cuarto, o si lo vio, decidió hacer la vista gorda.

-¿He tardado mucho? – preguntó.

- No, no.

Alice dejó con cuidado la bandeja sobre la mesita que había bajo el ventanal, se sentó en el sillón y comenzó a preparar su té. David fue hacia allí y se sentó también en el sofá, como no sabía cómo preparar el té, imitó a Alice.

-Esta biblioteca es enorme – Comentó David.

-Es mi habitación favorita, aquí paso leyendo la mayor parte del tiempo – Dijo Alice, paseando la vista por toda la estancia, por todos sus libros.

Se quedaron un rato en silencio, mirando alrededor.

-Oye… - Dijo David rompiendo el silencio - ¿No has pensado nunca en escribir tu propio libro?, ¿En crear tu propio mundo?

Alice, al oír eso, se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, parecía sorprendida. David sé preguntó por qué se había sobresaltado de aquella manera.

-¿He dicho algo malo? – Preguntó él preocupado.

-No, no… es sólo que… tú…. Yo no creía que… ¿De verdad piensas eso?, ¿Crees que sería buena idea? ¿Tú también crees que sería posible hacer eso? – Dijo Alice nerviosa.

- Eh… claro ¿No? – David estaba un poco desconcertado por la respuesta de Alice.

-¡¡¡Claro que sí!!! ¡Eso es genial! ¡Gracias! Llevo mucho tiempo dándole vueltas a eso, pensando si sería posible hacerlo, pero nunca me he creído capaz. Ahora, si tú también crees que es posible hacerlo… ¡Lo voy a hacer! ¡Lo voy a conseguir! ¡Y pienso empezar mañana mismo! – Exclamó ella dando un salto del sillón, repentinamente contenta.

David no sabía qué decir ¿De verdad era para ponerse así? Qué personalidad más extraña tenía esa chica.

Alice se volvió a sentar, terminó su té y preguntó.

-¿Hacemos algo?

- Vale, ¿Qué?

-Mmmm… ¿Te apetece nadar?

- ¿Nadar? ¿Ahora? ¿En una piscina?

Alice asintió sonriendo.

-Pero ¿Qué dices? – David cada vez se sentía más perdido, Alice decía unas cosas tan raras. Era muy impredecible y no sabía por donde cogerla.

-¿Por qué no? – Preguntó ella, parecía una niña pequeña.

-Hace frío.

-Tengo piscina climatizada.

-¿¡Eh!? Podrías haberlo dicho antes, ya me estaba imaginando congelado dando vueltas en el agua fría… aún así, no tengo bañador ni nada.

-Da igual, yo tengo de todo – Alice se levantó y agarró a David de la mano conduciéndolo fuera de la biblioteca.

Antes de que él se diera cuenta, ya estaba nadando con Alice en una gran piscina de agua tibia y cristalina que había dentro del invernadero de la casa. Llevaba puesto un bañador que ella le había prestado (a saber de dónde lo había sacado). Los dos estuvieron jugando en el agua el resto de la tarde hasta que David se dio cuenta de que era muy tarde y estaba empezando a anochecer.

-¡Ay, qué tarde! Tengo que irme ya.

-¿Ya? – Preguntó Alice saliendo del agua detrás de David con cara de decepción.

-¿Te parece poco? – David había cogido una toalla que había en un banco blanco y estaba secándose rápidamente.

Ella se quedó callada con la misma expresión mientras lo miraba desde el borde de la piscina.

-¿Dónde puedo cambiarme? – Preguntó David de nuevo.

-En cualquier habitación, si quieres, puedes subir al piso de arriba.

Él cogió su ropa y salió andando apresuradamente por la puerta del invernadero. Lo malo era que, para llegar hasta la casa, había que cruzar un jardín exterior y hacía frío. David cruzó corriendo.

En el interior de la casa reinaba un silencio casi total, los pasos de David sobre el suelo de madera resonaban por toda ella. Encontró el cuarto de baño y se cambió de ropa. Salía aún pasándose la toalla por el pelo mojado cuando volvió a oírse un ruido arriba, un ruido como si algo arañase una puerta. Él se asustó un poco, pero no quería admitirlo de nuevo, así que, con cara de fastidio, dejó la toalla colgada en el pomo de la puerta del baño y fue a subir las escaleras (Alice le había dado permiso…). Cada vez se oía más fuerte; mientras subía, le venían recuerdos a la cabeza de las historias sobre fantasmas que contaban de pequeños.

<<Ridículo, a mi edad y todavía pensando en eso>> Se decía a sí mismo.
La planta de arriba era redonda y estaba llena de puertas. En el centro había una parte sin suelo, rodeada por una baranda desde donde se veía el piso inferior. David no pudo pararse a contemplar, el ruido seguía sonando tras una de las puertas. Fue hacia allí y puso la mano sobre el pomo, sentía que el corazón se le aceleraba ¿Realmente estaba asustado? Molesto consigo mismo, abrió la puerta de par en par con un movimiento veloz…

Antes de poder ver nada, algo saltó sobre él. Dio un traspié y cayó de espaldas al suelo, tenía los ojos cerrados porque lo que fuera, le estaba arañando la cara dolorosamente.  Gritó mientras daba manotazos intentando quitárselo de encima, sin conseguirlo por culpa de la desesperación. Al fin, pudo agarrar algo peludo con la mano y lo separó de su cara, pesaba muy poco.  Abrió los ojos y descubrió que lo que tenía en la mano era un gato blanco. Lo tenía agarrado del lomo, lo más alejado posible de su cara y el gato se retorcía con las uñas y los colmillos fuera y las orejas hacia atrás, preparado para volver a lanzarse al ataque.

-¡David! ¿Ha pasado algo? – Alice subía las escaleras rápidamente - ¿Por qué has…? ¡Aaay! ¡Un gatito! – Se detuvo un momento a observarlos y luego se acercó corriendo con agradable sorpresa.

Se arrodilló al lado de David, que seguía en el suelo y fue a coger al gato, éste intentó arañarle pero pareció no importarle.

-Ten cuidado, está enfadado, te va a arañar – Dijo David preocupado.

-No pasa nada – Dijo ella, cogiéndolo cuidadosamente con ambas manos. Sin siquiera intentar evitar los arañazos y mordiscos, lo acunó en su regazo y poco a poco se fue calmando – ¡Si es monísimo! – Miró a David y abrió los ojos sorprendida - ¿Y a ti qué te ha pasado?

- ¿Ahora te das cuenta? Este “monísimo” gatito se ha tirado a mí cuando he abierto la puerta – Miró hacia el interior de la habitación donde había una cama grande, varios muebles antiguos y una ventana abierta – Seguramente habrá entrado por la ventana, porque no parce que sea tuyo ¿No?

-No… pobrecito, lo habrás asustado – Alice rió – Y verás cuando te mires al espejo.

David se levantó y fue rápidamente al baño del piso de abajo.

-Perfecto – Fue lo único que dijo con tono aburrido cuando se acercó al espejo.

Tenía arañazos por toda la cara y uno grande que le cruzaba toda la mejilla derecha, sangraba un poco. Seguro que tenía que pasearse varias semanas por ahí con la cara hecha un asco.

Alice se asomó a la puerta con el gato aún en los brazos.

-¿Te desinfecto un poco la herida? A ver si encuentro el botiquín…

-No hace falta, ya lo hago en mi casa, ahora sí que es tarde – Dijo él mirando su reloj y saliendo del baño – Me voy pero ya.

Fue hacia la entrada, cogiendo primero su cazadora de la percha, se subió la cremallera y abrió la puerta, el aire frío de la noche entró por ella.

-Pues adiós – Dijo Alice.

- Hasta mañana – Se despidió David cerrando la puerta tras él.

El camino hasta su casa lo hizo corriendo. Cuando llegó, sus padres estaban algo disgustados, pero olvidaron su retraso al ver la cara llena de arañazos de David. Él dijo que un gato le había saltado encima cuando iba por la calle para evitar posibles críticas sobre Alice y su casa. Su madre se empeñó en curarle los arañazos a pesar de sus negativas y al final tuvo que aguantar una sesión de algodón, alcohol y escozor antes de irse a la cama.

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