Alice terminó de dibujar una línea en la portada de su
cuaderno. El enrevesado dibujo que la adornaba se iluminó, luego, una luz
blanca la deslumbró. Puso su mano sobre el dibujo, de repente, se sintió ligera
como una pluma; sintió que podía volar, traspasar los objetos. Ya no había
barreras materiales en el mundo. Abrió el cuaderno. En sus páginas ya no había
palabras, ni frases, ni tinta… sólo imágenes, imágenes que se movían… era como
mirar desde una ventana hacia el agua de un lago y tras el agua… un mundo
nuevo.
Alargó la mano. Sus dedos rozaron el papel, pero ya no
era papel. Unas suaves ondas, como las que hace el agua, distorsionaron la
imagen. Retiró la mano y se fueron haciendo más tenues cada vez hasta
desaparecer. Alice volvió a hacerlo, esta vez no sólo rozó la superficie con
los dedos, sino que introdujo la mano entera en el papel líquido, después el
brazo y notó que su cuerpo entero se sentía atraído hacia el cuaderno, como si
algo tirase de ella desde el otro lado. Se sumergió. Todo a su alrededor eran
manchas confusas, se sentía como si estuviera bajo el agua, pero podía
respirar… no, no necesitaba respirar. Perdió la noción del tiempo mientras
flotaba. Poco a poco, el medio acuoso se fue transformando el aire, las manchas
se fueron definiendo hasta dibujar árboles, pájaros, nubes, un gato… y Alice notaba su cuerpo cada vez más pesado.
Era como si estuviera en una burbuja, hasta que el peso de Alice la rompió y
notó de repente la gravedad tirar de ella hacia abajo. El suelo, cubierto de
hierba, detuvo su caída, que no fue muy suave.
Alice observó a su alrededor; todo era normal, aunque
tenía un cierto aire misterioso… y mágico. Era diferente. Al fijarse mejor en
lo que había alrededor, descubrió que lo que antes había tomado por un gato,
sentado tranquilamente a unos metros de ella, era en realidad un animal que no
había visto nunca. Parecía un gato, sí, pero tenía alas, blancas y esponjosas,
era de color azul y tenía también una cola de fuego… más bien parecía un
pokémon. Alice se levantó de la hierba y se acercó a él despacio. Cuando estaba
justo delante, decidida a tocarlo… la cara del animalillo empezó a cambiar de
forma, las garras y los colmillos le crecieron; los ojos, antes verdes, se
volvieron de color carmesí y su tamaño se multiplicó. Ahora era más grande que
Alice. Levantó su enorme garra y la movió en dirección a Alice, el golpe la
tiró al suelo. Cuando dejó de rodar por la hierba, se irguió como pudo y al
mirar hacia arriba, tenía a la criatura delante, preparada para saltar sobre
ella. Buscó desesperadamente algo a su alrededor, un palo, una piedra,
algo…pero no tenía nada con lo que protegerse. El enorme bicho se impulsó con sus fuertes patas
traseras y cuando estaba en el aire… alguien se interpuso entre él y Alice. Llevaba
una gran espada, con la que acabó con la criatura rápidamente, que nada más
caer al suelo con gran estruendo, desapareció en una nube de polvo dorado.
Al volverse, Alice advirtió que la persona de la espada
era… ¿David?... No, no era David, pero se le parecía mucho, podían pasar
perfectamente por hermanos. Los rasgos de su cara eran casi idénticos, sólo que
David tenía el pelo más claro y sus ojos eran de color marrón oscuro, mientras
que los de este chico eran verdes y brillantes. Él le tendió una mano, Alice la
tomó y se levantó del suelo.
-Gracias – Dijo ella.
- Es un placer – Dijo él – Mi nombre es Ryuzaki. Estoy
aquí para protegerte y…
Ryuzaki se acercó más a Alice, la cogió por la cintura
y, ante su sorpresa… la besó en los labios…
Notaba aún los húmedos labios de Ryuzaki sobre los
suyos y su cabello haciéndole cosquillas en la cara. Estaba confusa. Abrió los
ojos, pero tardó unos segundos en darse cuenta…
-¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAH!!!!!!!! – Gritó, levantándose
rápidamente y espantando a la cabra que tenía delante, luego se frotó la boca
con energía. La peluda cabra blanca le había lamido la cara mientras dormía.
Oía risas tras ella. Miró en esa dirección y vio unos metros
más allá a un anciano con una boina y un bastón, rodeado por un rebaño de
cabras y ovejas; se estaba riendo a carcajadas.
-¡Tranquila, muchacha! ¡Mis cabras no van a comerte! –
Dijo entre risas. Luego silbó y se alejó despacio mientras sus perros guiaban
al rebaño tras él.
Alice se quedó unos segundos mirando al rebaño,
frotándose aún los labios con el dorso de la mano. Después miró al suelo, bajo
el tronco del gran olmo del mirador, donde estaba su cuaderno abierto y el
bolígrafo sobre la hierba. Se había quedado dormida. Ya estaba atardeciendo, el
sol se escondía al frente, tras las verdes montañas.
Se dejó caer sobre la hierba y apoyó la espalda sobre
el rugoso tronco del olmo, luego, se echó a reír.
Después de estar un rato admirando el paisaje, Alice se
dio cuenta de que ya era tarde, recogió su cuaderno de la hierba, lo metió en
la mochila y se encaminó hacia su casa.
Caminaba por una solitaria calle de piedra. Sus pasos
sonaban por toda la calle, algo que no le hacía mucha gracia; siempre le había
gustado ser silenciosa, como un gato. Se imaginó caminando en su mundo…
¿Estaría igual de sola allí? Una idea pasó por su mente. No tenía por qué ser
así… tenía el poder de incluir en él lo que quisiera, era como una diosa ¿Y si
creaba a alguien para ella? Era una buena idea y así, como aconsejó aquel
chico, el amor no estaría excluido de su mundo pero… ¿Quién?
Se acordó de su sueño, que tan desagradablemente había sido
interrumpido. Si ella quisiera, Ryuzaki podría existir ¿Por qué no? De todos
modos se había quedado con ganas de conocerlo. Ilusionada, echó a correr hasta
su casa. Allí, Yuki la esperaba hambrienta. Después de darle de comer, Alice
fue a su cuarto, se sentó en su escritorio, cogió un bolígrafo y abrió su
cuaderno. Dudó un poco, luego se puso a escribir en él y después dibujó a
Ryuzaki, justo como aparecía en su sueño, aunque el trabajo fue un poco
complicado, ya que los sueños nunca se recuerdan con claridad. Dibujó un chico
de estatura media de cabello negro, liso y un poco despeinado, unos grandes
ojos verdes y unos rasgos parecidos a los de David, pero a la vez diferentes.
Una vez terminado, Alice admiró su obra de arte… era
bastante guapo.
¿Podía ser eso lo que le faltaba a su mundo?
Alice cerró el cuaderno y lo sostuvo en alto,
mirándolo, pero no daba la más leve señal de vida. No se desanimó, estaba
segura de que lo conseguiría, solo que… le faltaba algo que no conseguía
averiguar. Dejó el cuaderno suavemente en el escritorio y miró por la ventana,
esa noche había una luna llena preciosa. Había sido un día algo raro, además,
había avanzado un poco con su proyecto. Eso le hacía sentirse de buen humor.
Se
puso el pijama, luego fue a la biblioteca y paseó por delante de las enormes
estanterías hasta encontrar el libro que buscaba; lo cogió y se dirigió de
nuevo al dormitorio para leer un rato en la cama y luego meterse entre las
sábanas a dormir.
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