Alice caminaba hacia el instituto chapoteando con sus
botas rojas sobre los cientos de charcos que había en el suelo. Era increíble
cómo llovía. Levantó un poco su paraguas (Adornado con unas orejas de gato en
la parte superior) y miró hacia el instituto, al final de la calle. Apenas se
veía con la lluvia tan fuerte. Alice aceleró el paso, aunque ya, de poco
servía. Estaba calada hasta los huesos, a pesar del paraguas, llevaba el abrigo
completamente empapado. Gruesas gotas de agua caían por su flequillo.
Cuando entró en su clase, unos segundos antes de que
tocara el timbre, se quitó el abrigo y se escurrió el vestido, haciendo caer un
chorro de agua al suelo. La profesora se llevó las manos a la cabeza. Siempre
hacía lo mismo (Por eso, ya tenían la fregona preparada en un rincón).
Durante la clase, Alice no dejó de mirar por la
ventana. Le gustaba ver llover, no podía evitarlo a pesar de que ya aburría un
poco. Levaba lloviendo una semana casi sin parar. Era abril y, aunque aún
quedaba algo de nieve en algunos rincones, se notaba que el invierno estaba
acabando.
Al salir de clase, ante la sorpresa de todos, dejó de
llover y el sol empezó a asomar entre las nubes. David, Judith y Alice
caminaban juntos hacia sus respectivas casas.
-¡Todos los días me entra la risa cada vez que llega
Alice empapada y deja el charco de agua en el suelo! – Comentaba Judith animada
– ¡Con solo ver la cara que pone la profesora…! ¿Qué haces para llegar así de
mojada?
- Vivo lejos del instituto – Contestó Alice encogiéndose
de hombros – A mí nadie me lleva en coche.
David se paró en el cruce donde Judith se separaba para
ir a su casa.
-¿Y si aprovechamos que ha salido el sol para dar un
pequeño paseo antes de volver a casa? – Propuso David mirando a Judith, quien
negó con un movimiento de la cabeza.
-Es que hoy tenemos mucho que estudiar, David, no me
gusta que me anochezca estudiando, tengo que irme ya.
Antes de que él dijera nada, se despidió sonriendo y se
marchó por la calle.
-Pues yo no tengo ganas de estudiar, cada vez que abro
el libro empiezo a pensar que pronto tendré que elegir una carrera y empiezo a
agobiarme… - Comentó David mirando cómo Judith se alejaba.
-¿Damos nosotros un paseo? – Preguntó Alice. Ella
tampoco tenía ganas de volver a casa.
-Por mí, de acuerdo. Podemos ir a los prados, seguro
que están bonitos.
Alice asintió.
David no se había equivocado. Eran preciosos, casi toda
la hierba había crecido ya y pequeñas florecillas azules asomaban entre ella.
Alice se paró, abrió su mochila para sacar su cámara de
fotos y sacó una foto a David, que caminaba unos metros delante de ella. Al oír
el ruido de la cámara, éste se volvió y sonrió.
-Eh, vamos a ver el río, tiene que estar enorme – Dijo
él.
Alice guardo rápidamente la cámara en su mochila, se la
colgó a la espalda sin ni siquiera cerrarla y siguió a David trotando.
En los prados que había cerca del pueblo, solía haber
animales pastando, pero por allí pasaban las vías de un tren y los pastores no
solían soltar allí sus animales por miedo a que el tren, aún de los antiguos,
los atropellara. Más allá de las vías había un barranco por el que discurría un
río, que por esas fechas bajaba muy lleno de agua.
Alice y David se acercaron a verlo. Había un gran
desnivel en el terreno, abajo había un bosque de pinos y robles. Se oía el
agua, pero los árboles no dejaban ver el río.
-Si pudiéramos bajar… - Dijo Alice mirando abajo.
-Estaría bien, pero luego no podríamos subir. Esto está
muy empinado.
-Ya…
Una gota de agua fría le cayó a Alice en la nariz y
miró hacia arriba. No se habían dado cuenta y el cielo había vuelto a cubrirse
de nubes.
-Será mejor que nos vayamos rápido, vamos a terminar
como una sopa – Dijo David dándose la vuelta. Pero antes de cruzar las vías, se
detuvo – Viene el tren.
El tren se veía a lo lejos, venía muy rápido. La lluvia
empezó a caer más fuerte.
-Mejor que crucemos ya, rápido – Dijo mirando a Alice,
que asintió. Luego cruzó las vías rápidamente.
Alice le imitó, subió y cruzó rápidamente. Al bajar,
dio un saltito y notó que algo se caía de su mochila, que había dejado abierta
antes. Miró hacia atrás. Un cuaderno negro con el título “Alices’s World” en la
portada yacía sobre las vías, mojándose. El corazón le dio un vuelco.
<<Oh, no>>.
El tren ya estaba muy cerca, no debía arriesgarse a ir
por él.
<<No, no ¿Qué hago? ¿Debería cogerlo?>>.
Miró rápidamente hacia atrás. David seguía caminando, no parecía haberse
dado cuenta de la situación. Volvió a mirar el cuaderno; quería ir a cogerlo,
pero algo le decía que no debía hacerlo.
<<No me puedo quedar mirando, ¡Es mi
mundo!>>.
El tren estaba casi encima y, en un momento de
desesperación, Alice se lanzó a las vías para recuperar su cuaderno, creyendo
que le daría tiempo a salir, pero no fue así. El tiempo pareció ralentizarse.
Alice agarró el cuaderno y, al levantar la cabeza, vio que tenía el tren justo
delante. Intentó correr, pero estaba paralizada.
<<No me da tiempo, ya está aquí>>.
Era irónico, siempre le había dado rabia cuando los
personajes de sus libros se quedaban quietos ante el peligro sin hacer nada, y
ahora ella estaba haciendo lo mismo.
Lo único que pudo hacer fue apretar el cuaderno contra
su pecho y cerrar los ojos tan fuerte como pudo, esperando la embestida… pero
algo que no era el tren se abalanzó primero sobre ella, apartándola bruscamente
del camino del tren.
Alice, aún con los ojos cerrados, notó la hierba y las
piedras arañar su cara, mientras rodaba por el suelo; después notó que caía al
vacío. Abrió los ojos. Vio las ramas de los pinos acercarse más y más, hasta
que acabó cayendo sobre ellas, en una nube de púas, crujidos y arañazos. Estuvo
unos segundos suspendida sobre una rama, que pronto se partió con un crujido y
Alice cayó al suelo, hincándose algunas piedras en las costillas. Por suerte,
el suelo estaba cubierto de helechos y hojas secas y el golpe no fue tan
fuerte.
Pocos segundos más tarde, David cayó también de entre
los árboles a su lado.
Alice se incorporó, frotándose la frente con una mano.
Con la otra, aún sujetaba su cuaderno.
-Ay…
David también se levantó, con una mueca de dolor y miró
a Alice, luego, su expresión se volvió furiosa.
-¿¡Eres tonta o qué!?¿¿¡¡Pero en qué pensabas!!?? –
Gritó.
Alice no sabía qué decir, parecía muy enfadado; nunca
le había hablado así.
-Yo… - Miró su cuaderno, avergonzada.
-Ese maldito cuaderno otra vez… ¿¡Tan importante es
para ti!? ¿¡No entiendes que tu vida es lo primero!? – David la miraba mientras
gritaba, sus ojos oscuros estaban llenos de rabia. Alice nunca lo había visto
perder los papeles de esa manera - ¡¡No importa cuán valioso sea algo, si
pierdes tu vida, lo perderás todo!! ¿No puedes entender eso?
-Perdona… - Dijo Alice con voz débil. El ver a David
tan enfadado con ella le daba ganas de llorar.
El rostro de David se ensombreció y se dejó caer de
rodillas al suelo, con la cabeza gacha. Alice se sentó a su lado y se dio
cuenta de que una gota descendía por su mejilla, no supo si era una gota de
lluvia o una lágrima. Se quedó mirándolo sin saber qué decirle, no era propio
de ella quedarse sin palabras.
-¿Te… pasa algo?
Él tardó en contestar.
-No pasa nada… - Le temblaba la voz.
Sí, sí que le pasaba algo, pero Alice no dijo nada más,
se sentía culpable.
-Cuando te he visto en las vías… - Empezó David al rato
– y el tren a punto de… - Se quedó sin habla un momento – Yo tenía una hermana
pequeña… veníamos a jugar aquí en verano. Un día su pelota cayó a la vía… y
ella fue a cogerla cuando pasaba el tren – Sollozó – No me dio tiempo a hacer
nada…
Alice sintió unas ganas tremendas de abrazar a David,
de intentar consolarlo… y lo hizo. Soltó el cuaderno y lo rodeó con los brazos.
Él pareció sorprenderse al principio, pero luego abrazó también a Alice, quien
notó latir su corazón, agitado, como si hubiese estado corriendo.
Así se quedaron los dos un rato, mojados y llenos de
barro, arrodillados entre los helechos.
David notó que el pequeño cuerpo de Alice tiritaba bajo
sus brazos. La lluvia era fría y ya le goteaba por el cabello. Se levantó,
frotándose los ojos con el dorso de la mano, intentando eliminar restos de
lágrimas de sus ojos. Se sentía idiota por haber perdido el control así delante
de Alice.
-Pero ya no importa. Eso pasó hace mucho tiempo – Dijo
David, tendiéndole la mano a Alice para ayudarla a levantarse – Vámonos.
Ella le cogió la mano y se levantó, luego caminó hacia
la ladera por donde habían caído. Era alta, completamente vertical y la piedra
lisa.
-¿Cómo subimos ahora? – Preguntó Alice.
-¿No tenías ganas de bajar? Pues ya estamos abajo –
Contestó David acercándose – Tú tampoco tienes aquí el móvil ¿Verdad? Vamos a
tener que caminar hacia arriba hasta llegar a un lugar donde el desnivel sea
más bajo y podamos subir.
Así lo hicieron, caminaron entre los enormes árboles y
matorrales varias horas; bajo la lluvia, que no cesó en ningún momento. Hasta
que llegaron, como había dicho David, a un lugar donde pudieron subir al nivel
superior desde donde habían caído, pero ahora estaban muy lejos del pueblo y ya
era de noche. Aún así, siguieron caminando casi a tientas.
Ya estaban en el cementerio del pueblo cuando oyeron un
crujido de ramas tras ellos.
Los dos se volvieron rápidamente. Detrás de un árbol,
un lobo los observaba con ojos luminosos. Alice y David dieron un paso hacia
atrás, hasta que sus espaldas tocaron la lápida que tenían detrás. Otros dos
lobos aparecieron tras el primero.
-¿Qué hacemos? – Preguntó Alice en voz baja, estaba muy
nerviosa y asustada – Vamos a salir corriendo.
Puso una mano encima de la lápida, preparada para saltarla,
pero David la sujetó del brazo.
-No corras – Dijo, también en voz baja – Fíjate en los
lobos, no avanzan, están esperando a ver qué hacemos. Los lobos suelen temer a
los humanos. Si sales corriendo, les das a entender que eres más débil, que no
eres peligrosa e intentarán atacarte. Y no pensarás que puedes correr más
rápido que ellos ¿No?
-Bien ¿Y qué propones que hagamos? ¿Nos quedamos así
toda la noche a ver si se aburren y se van?
David no dijo nada, se agachó despacio y cogió un palo
grande del suelo, luego lanzó un gritó y se lanzó corriendo hacia los lobos,
con los brazos en alto. Ante la sorpresa de Alice, los lobos retrocedieron y al
ver que David seguía acercándose sin miedo (Aunque en realidad tenía bastante),
salieron corriendo hacia el bosque, momento que aprovechó David para volverse
rápidamente, soltar el palo y coger a Alice de la mano, tirando de ella.
-¡Ahora! ¡Vamos!
Y corrieron de la mano tan rápido como podían, sin
mirar atrás, sorteando las tumbas hasta que llegaron al pueblo. Se detuvieron
en el cruce donde se separaban sus caminos. Alice le sonrió a David.
-Ha sido emocionante, lo más emocionante que he hecho
en mi vida.
-¿¡Pero qué dices!? ¿Te parece emocionante todo lo que
nos ha pasado? ¡Casi no lo contamos! Y no hablemos de la que me espera cuando
llegue a casa…
-Entonces, ¿preferirías haber estado en tu casa
aburrido contando las pelusas del suelo? ¿No me digas que no te sientes bien al
pensar: “Toma ya, he tenido más suerte que un tonto, podría haber muerto, pero
estoy aquí y ahora tengo historias interesantes que contar”? – Alice cruzó los
brazos inquisitivamente – Además, está bien hacer cosas diferentes de vez en
cuando ¿No?
David rió, ¡Alice decía unas cosas…! Aunque, pensándolo
bien, sí que tenía algo de razón. David intentó mirar al cielo, pero la lluvia
le molestaba en los ojos y se lo impidió. De nada servía ya intentar refugiarse
de ella, estaban calados hasta los huesos.
- Bueno, me voy, a ver qué me encuentro cuando llegue a
mi casa.
-Adiós – Alice se dio la vuelta y se alejó chapoteando
en los charcos, parecía contenta.
Cuando David llegó a su casa, la puerta estaba
entornada. Entró en silencio, dejando charcos de agua por donde pasaba y al
llegar a la puerta del salón encontró a sus padres con cara de preocupación y a
unos cuantos vecinos sentados en el sofá. Su madre, que estaba al lado de la
ventana, miró hacia la puerta y vio a David, mojado, lleno de barro y arañazos.
-¡¡¡David!!! – Fue hacia él rápidamente y se paró en
frente de él, tocándole la cara y mirándolo de arriba abajo. Los vecinos
volvieron la cabeza hacia ellos y su padre se acercó también - ¡¡David!! ¿¡Pero
qué te ha pasado!? ¿¡De dónde vienes!? ¿¡Dónde has estado!?
<<A ver qué me invento yo ahora… y para colmo,
los vecinos delante>> Pensó David con fastidio.
-Es que… - Empezó a decir, pero se dio cuenta de algo.
<<Bueno, ¿Y por qué debería mentir? Tengo la
manía de no decir nunca lo que he hecho en realidad… creo que debería aprender
de Alice, lo dice todo y hace lo que quiere sin importarle lo que piensen los
demás. Además, no he hecho nada malo…>>.
Al final optó por contar lo que les había pasado, la
verdad. Le costó un poco convencer a sus padres de que estaba perfectamente,
que no le había pasado nada grave. Los vecinos se fueron yendo. David se duchó
y después pudo por fin descansar entre las cálidas sábanas de su cama.
Al día siguiente no fue a clase porque estaba muy
cansado y tenía un buen resfriado, al igual que Alice.
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